viernes, 24 de septiembre de 2010

La paloma y el hombre

                                                                       
    

“Obviamente si queremos crear felicidad en nuestras vidas,
debemos aprender a sembrar las semillas de felicidad.”
Deepak Chopra
                     

      La paloma buscaba dentro del corazón del hombre para cumplir su mandato.
 La edad dorada estaba por romper los sellos de los portales.  Era prioritario encontrar a los nuevos seres de quienes nacería el nuevo avatar.
Surcaba hurgando, sigilosamente, mares y continentes. Pero veía sólo pueblos sumidos en la oscuridad de las miserias, en vanidades indiferentes al dolor de las carencias. Vidas paralelas dentro de universos paralelos saturados de frivolidad y codicia.
Divisaba imperios sojuzgando, desde el pasado hacia el futuro, a muchos condenados. Inmensas masas de marginales hambrientos y desesperanzados, que vivían minuto a minuto estirando el tiempo y la muerte, y guerras: seres sacrificados por el bien de muy pocos y el mal de muchos.
     Petróleo, agua, tierras, dinero, poder, eran los nuevos dioses de la humanidad;    sus consecuencias: desidia, desesperanza, violencia, marginalidad, vacuidad.
     Pero al ver al hombre entregado a lobos que les regalaban cielos inventados a cambio de sus almas y bolsillos, se derrumbó.  Y poco a poco, a medida que hería los cielos con su vuelo de luz, una abrumadora tristeza comenzó a invadirla.
     -¿En dónde está el corazón del hombre?¿Por qué, pudiendo crear el paraíso construyó un infierno!- Se preguntaba doliente.
     Entonces, la paloma lloró, se quebró ante tamaña barbarie no pudiendo controlar sus propias aguas.
Y ese fue gran el milagro.
Lavó la tierra purificando sus males más ancestrales. La sal de las lágrimas fecundó profundamente la simiente recreando la vida, elevándola a su condición prístina, permitiéndole, una vez más, manifestar su hegemonía.
La espina mostró a la rosa, la rosa, a su aroma y frescura abriéndose, perfumando los tiempos, transmutando la putrefacción más profunda. Fue como una efervescencia que devoró toda corrosión.
Luego, un diáfano arco iris comenzó a mostrarse. Sus colores embebieron cada rincón de la tierra.
Cada piedra fue removida, cada célula reprogramada, cada corazón alimentado con la luz sagrada de las Llamas.

Bastó una sola fuerza, una sola intención, una única alma piadosa, que llorara por la muerte del hombre, para que éste pudiera ser redimido.
La Edad Dorada sería en cada corazón humano.


Silvia Carmen Mendoza                             




        

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